Descripción de la «Ruta de los Miradores», en los Arribes del Duero (circular desde Aldeadávila de la Ribera), sábado 21 de mayo.

A lo largo de los casi 100 kilómetros de cañones o arribes que constituyen el tramo internacional del río Duero a su paso por Zamora y Salamanca se configura un paisaje singular. La acción erosiva de las aguas sobre el sustrato granítico ha determinado un profundo encajonamiento de los valles y modelado laderas escarpadas que, en algunos casos, se convierten en paredes casi verticales con un desnivel entre el fondo del valle y la penillanura de hasta 400 metros”.

La ruta que planteamos tiene básicamente un recorrido circular y como no tenemos prisa y tendremos todo el día para hacerla, a este recorrido básico circular le podremos añadir un par de desvíos lineales (ida y vuelta por el mismo sitio) con el fin de visitar dos miraradores más y llevarnos una idea más generalizada o global de este entrono natural de los arribes o cañones del Duero. El primer desvío lineal estaría en el kilómetro 4 aprox, y se trata de un desvío que en total apenas supone un kilómetro entre la ida y la vuelta, con el fin de visitar el mirador del Lastrón; el segundo desvío estaría situado en el kilómetro 11, justo después de visitar el mirador del «Picón de Felipe» y supone un recorrido líneal entre la ida y la vuelta de 4 km aproximandamente con el fin de visitar uno de los miradores más emblemáticos de la zona, el «mirador del Fraile«, recientemente restaurado (el único punto negativo de este desvío es que entre la ida y la vuelta tendremos un par de kilómetros de asfalto ). En total, si hacemos el recorrido básico con los dos desvíos establecidos, nos saldrá una ruta con un recorrido aproximado de unos 21-22 km (los desvíos son opcionales, el que quiera podrá limitarse a hacer únicamente la ruta circular con un recorrido de unos 16 km).

Como somos un grupo numeroso y tendremos que alojarnos en diferentes sitios, podremos establecer un punto común de inicio de ruta y éste podría ser el “monumento al cabrero” en Aldeadávila. Desde aquí nos adentraremos en el núcleo urbano del pueblo contemplando de paso sus bonitas callejuelas y su arquitectura tradicional para enseguida llegar a la plaza donde se asienta la iglesia del Salvador, donde ya comenzaremos a ver carteles indicadores de la ruta que queremos realizar, o más exactamente la dirección de algunos de los miradores de los arribes por los que pasará la ruta…

Abandonaremos el pueblo a la altura  de la ermita de la Santa, por el camino de Rupitín, primero por camino con asfalto descarnado que más tarde se convertirá en camino amplio y pista de tierra con buena huella, prácticamente llano, rodeados de huertos, algunos árboles frutales, tierras de labor y pequeños olivares… siguiendo siempre las indicaciones a los miradores de Rupurupay, Rupitín y Lastrón, más adelante en uno de los desvíos, dejamos a la derecha el camino que sigue en dirección al mirador de Rupurupay y continuaremos  siguiendo las indicaciones de los otros dos miradores, el de Rupitín y el de Lastrón.

Los primeros cuatro kilómetros ¡no son nada del otro mundo!, simplemente será un tramo de aproximación a los miradores, así que sólo sirven para ir “engrasando las bisagras”…  tiempo habrá más adelante para las paradas donde disfrutar de las vistas, para las fotos y para sentirnos realmente en los Arribes.

A los cuatro kilómetros se encuentra a la derecha el desvío hacia el mirador de Lastrón, no incluido en el track de la ruta que llevábamos, pero como  está muy cerca, a unos 500 metros y como no hay prisas, podremos desviarnos para verlo y  merece la pena, sobre todo porque después de este algo «insulso» arranque de ruta, en este mirador ya tendremos nuestro primer contacto con lo que son los arribes del Duero, ese tramo donde el Duero se encajona entre altas paredes verticales que en algunas zonas llegan a tener 400 metros  de altura, serpenteando y abriéndose paso hacia el sur entre las provincias de Zamora y Salamanca, sirviendo a la vez de frontera en este tramo entre España y Portugal (de ahí que el lema del Parque Natural de los Arribes del Duero sea: «dos provincias, dos países»)… unas aguas que discurren mansas hoy en día, desde que a partir de la primera mitad del siglo pasado se empezaran a construir distintas presas hidroeléctricas durante su recorrido que han servido no solo para apaciguar su cauce que hasta entonces era vertiginoso, de aguas bravas, rápidas y que entre estas paredes rocosas correrían con gran estrépito, debido a los saltos o desniveles que existían en esta zona, sino que también han servido para modelar en parte el paisaje.

Un banco dispuesto en el mirador invita al caminante a que se siente en él y se detenga a contemplar tranquilamente, sin prisas, el paisaje y el entorno que tiene frente a sí, no meramente a hacerse la típica foto y ¡ea!, en busca de otro mirador en plan “colección de miradores” con sus fotos correspondientes, sin detenerse a admirar el entorno, a saborearlo, a escudriñar entre los recovecos y salientes rocosos para intentar ver algún buitre o alguna rapaz, porque son territorios donde durante todo el año se pueden ver buitres y en épocas primaverales y veraniegas también alimoches, cigueñas negras, águila perdicera… sin detenerse para ver las zonas boscosas o las zonas humanizadas, cono los bancales, labrados por el hombre para aumentar la profundidad del suelo cultivable y evitar la erosión producida por las lluvias que arrastrarían la tierra, algo que unido  al “clima mediterráneo que se disfruta en los profundos valles, de inviernos breves y suaves y veranos largos, calurosos y de escasas lluvias han permitido cultivar especies mediterráneas poco comunes en estas tierras, como el olivo, la vid, el almendro o los frutales”. Sin duda un aperitivo de lo que nos espera más adelante.

Regresamos de nuevo al camino original que traíamos antes del desvío, caminando por zonas más arboladas que la vasta penillanura que traíamos desde que salimos de Aldeadávila y en apenas quinientos metros llegaremos al otro mirador, el de Rupitín, con una panel informativo que ayuda a interpretar el paisaje que tenemos delante y por el que nos adentraremos durante buena parte del recorrido, en lo que sin duda es la parte de la ruta más interesante en todos los sentidos.

Nos detenemos un rato en este punto, para leer el panel informativo y regodearnos con las magníficas vistas que tenemos, con el Duero, que como he comentado antes, discurre encajonado entre altas paredes que en algunos tramos se muestran muy verticales y desnudas, con su piel granítica al descubierto, desprovistas de vegetación, mientras que en otros tramos menos verticales deja lugar a que un magnífico y espeso bosque recubra la inclinada ladera  o  a que la acción del hombre elabore con tanto tesón y esfuerzo bancales que aparecen mimetizados con el entorno en los que poder cultivar olivos, almendros… tal y como podremos ver en el lado portugués de los arribes desde este punto y sobre todo unos metros más adelante.

Hermoso paisaje que se muestra frente a nosotros ante el que uno se queda absorto, no solo por el entorno sino por la paz y serenidad que se percibe. El río que serpentea por el desfiladero y se pierde al fondo, en el horizonte, tras una de las curvas que realiza en su recorrido, es el que hace de frontera entre países, a la derecha, hacia el este, Portugal, a la izquierda, donde nos encontramos, España… pero la tierra, los ríos y la naturaleza en general no entienden de fronteras, tampoco hay algo físico, tangible, que nos indique si estamos en un sitio o en otro, no se ve desde este punto (más adelante sí) ningún pueblo, ninguna presa, sólo un paisaje espectacular por el que nos vamos a adentrar a partir de ahora, porque esto es lo que hemos venido a ver y a conocer… un cambio brutal  de paisaje, pasando de la monótona y algo insulsa penillanura por la que hemos venidos caminando durante cuatro kilómetros a este vertiginoso y abrupto cañón salpicado de zonas boscosas y pequeños tramos de bancales, por el que transcurre el río Duero.

Continuamos nuestro recorrido y la amplia pista que traíamos se ha ido estrechando hasta convertirse en un camino que a partir del mirador baja con bastante pendiente perpendicular al río, comenzando a adentrarnos en la zona boscosa por un camino que baja realizando algunos zig-zag.

Cada curva que describe el camino sirve de improvisado mirador, porque conforme vamos bajando, cambia nuestro ángulo de visión y ante nosotros aparecen panorámicas diferentes, distintas si se contempla este paisaje desde la parte alta del cañón a si se hace casi a ras de agua.

En una de las curvas, ya cerca del río, abandonamos el camino para coger una senda que sale a la izquierda. Una senda de las que gustan: estrecha, rodeada de arboleda y frondosa vegetación, con pequeños tramos de bajada y subida, por terrero abrupto pero por el que se camina muy bien, curveando para ir rodeando la ladera de esta parte del cañón.

La arboleda y la vegetación nos impiden en gran parte del recorrido tener una visión plena del río y más al bajar tanto y estar tan cerca de él, tan sólo en algunos tramos la vegetación se abre y podremos ver el río o una pequeña panorámica del entorno, como cuando pasemos cerca de una ruinosa construcción de piedra, en completa umbría, que serviría en otros tiempos como refugio de pastores.

El sendero es precioso, ¡hay que disfrutalo!, pura alegría, siempre en umbría durante el primer tramo y a primera hora de la mañana, con tramos alfombrados de hojarasca.

Llegaremos a una zona donde de nuevo nos encontraremos a la izquierda de la senda y pegada a ella, con derruidas construcciones de piedra y a la derecha, como un claro ejemplo de arquitectura vernácula, un vetusto chozo de piedra que resiste el paso del tiempo y que en su parte delantera tiene los restos de un pequeño corral… buen sitio para realizar un descanso, disfrutar del entorno y tomar un pequeño piscolabis, más cuando desde esta zona el bosque sí nos deja ver el tramo del río que tenemos tan cerca, sobre todo si  nos situamos encima de la bóveda de piedra del chozo.

 

Continuaremos camimando por este delicioso sendero que nos mantedrá muy entretenidos, hasta que un poco más adelante se inicie la subida definitiva, sin duda el tramo más exigente de esta ruta y es que si antes hemos bajado desde el mirador de Rupitín casi hasta la orilla del río, ahora toca justo lo contrario, de estar casi tocando las aguas del río a tener que subir a la parte alta del cañón, en una subida continuada, de apenas 1.200 metros de longitud, en los que se salvan unos 250 metros de desnivel.

Es una subida que se hace muy llevadera para el que esté acostumbrado a andar y en donde vamos apreciando de nuevo el cambio de paisaje, ya que conforme vamos ganando altura vamos abandonando la zona boscosa, adentrándonos en un terreno más desnudo, salpicado aquí y allá con algunos árboles, matorrales y apareciendo los bolos graníticos… PERO a cambio, al echar la mirada atrás podemos de nuevo deleitarnos con unas magníficas vistas del cañón que ha forjado el río, incluso ver parte del recorrido que hemos traído hasta ahora, desde que iniciamos el descenso a la altura del mirador de Rupitín;  desde este tramo de subida, y en función de la hora, podremos ver el barco crucero cargado de turistas que realizan el recorrido por los arribes desde otra perspectiva.. la misma que muchos de los que estén haciendo este recorrido podrán contemplar al día  siguiente.

 

 

Terminada la parte de más desnivel de la subida, encontramos una bifurcación perfectamente señalizada; si seguimos hacia delante por la senda que traemos iríamos directos hacia Aldeadávila y si giramos a la derecha, que es por donde va nuestro recorrido, llegaremos a nuestro siguiente hito, el mirador del Picón de Felipe.

La senda sigue en ligero ascenso, pero muy llevadero, nada que ver con la última subida que hemos tenido y que realmente es el único tramo en todo el recorrido que exige un poco de esfuerzo físico.

Al terminar el tramo de subida con más desnivel, justo en la bifurcación, al echar la mirada atrás podemos de nuevo deleitarnos con unas
magníficas vistas del cañón que ha forjado el río, incluso ver parte del
recorrido que hemos traído hasta ahora…

Aunque en este punto ya ha desaparecido la frondosidad, el bosque y la umbría, este tramo de senda es también muy interesante y agradable de recorrer, porque vamos por la parte alta del cañón, a escasos metros de donde éste se desploma verticalmente hacia el río, disfrutando de las vistas,  pasando junto a vetustas paredes de piedra y construcciones vernáculas, como la zona con chozos de piedra con su corrales correspondientes, alguno de ellos casi en la vertical del cañón, con unas vistas formidables desde él y tras ellos, en la otra vertiente de los arribes, en el lado portugués, aparece un pequeño pueblo, Bruço.

Mi compañero Luis en el recorrido por la senda que transita por la parte alta del cañon.

 

 

Seguimos nuestro caminar por esta senda y este agradable recorrido hasta que en una bifurcación la abandonamos temporalmente para seguir las indicaciones que llevan hacia el mirador del Picón de Felipe, a escasos 50 metros. El camino llega hasta una zona de rocas donde encontramos el panel que nos habla de la leyenda de Felipe.

Son los arribes del Duero tierras escarpadas, de cabreros y contrabandistas, de historias y leyendas en las que le Duero no sólo ha sido frontera física, sino también psicológica entre los que habitaban a uno y otro lado de este río internacional, e incluso en ocasiones, generadora de desamores y pesares.

De todas las leyendas, es la de Felipe la más bella y la que da nombre a este mirador. Un pastor llamado Felipe, que acudía a diario con sus cabras a este lugar escarpado de los arribes, a este enorme peñasco que cae vertical sobre el río, acabó enamorándose de una mucha del pueblo portugués de Bruço a la que veía cada día a lo lejos. Desesperado por no poder llegar a reunirse con la bella muchacha debido al caudaloso Duero, con su manos y pequeñas herramientas intentó derribar el Picón para construir un puente con sus piedras, un paso que le permitiera cruzar el río y abrazar a su amada. La imposibilidad de levantar aquel imaginario puente, de salvar todo lo que les separaba hizo que el joven pastor se suicidara.

La leyenda habría que datarla antes de 1840, ya que en ese mismo año ya existía una barca perteneciente a la aduana de Aldeadávila, con la que el joven Felipe podía haber salvado el río.

A partir de donde se encuentra el panel informativo avanzamos unos metros más por tortuosa senda,  menos accesible, que se adentra en perpendicular hacia el río para en una especie de atalaya o espolón llegar a donde se encuentra el mirador, en este caso un mirador de vértigo, ya que parece estar suspendido en el vacío a modo de balcón, con el firme ligeramente inclinado, aunque hay unas barandas de protección. De frente y hacia abajo, el río y la presa de Aldeadávila en unas vistas de vértigo…

Vistas de la presa del «Salto de Aldeadávila» desde el mirador del Picón de Felipe.

Tras un rato observando el entorno y tras las típicas fotos desde el mirador, desharemos este pequeño tramo de senda y regresamos a la bifurcación para seguir el camino que traíamos, el cual sigue siendo muy entretenido, entre  arboleda y monte bajo, convirtiéndose unos metros más adelante en senda por la que llegaremos a una pista que a su vez desemboca en una explanada de tierra que sirve de parking, para que la gente que simplemente quiera visitar el mirador deje en este punto el coche y en un cómodo paseo de algo más de un kilómetro puedan acceder a él.

En principio deberíamos continuar por la pista insulsa de tierra, pero en lugar de eso podemos cruzarla y tras salvar un pequeño desnivel, en una  especie de terraplén, llegaremos al área recreativa del Llano de la Bodega, una zona arbolada, con mesas merendero, una fuente con agua fresca e incluso varios chozos de piedra que le ponen el punto cultural a este zona que puede resultar ideal para realizar la parada para comer, sobre todo por la hora a la que más o menos podemos llegar a este punto.

Una parada para comer en el área recreativa el Llano de la Bodega.
 

 

Algunos de los vetustos chozos de piedra que se entran en el área recreativa el Llano de la Bodega.

Tras un descanso, que como he dicho podemos aprovechar para comer algo, continuaremos el recorrido con la idea de visitar el recienteme renovado mirador del Fraile, para ello, saldremos del área recreativa por un camino que se une a la pista por la que deberíamos haber venido si no hubiéramos parado en el área recreativa… Unos metros más adelante saldremos a una estrecha y descarnada carretera que tomamos a la derecha, pasando por una de las centrales eléctricas de Aldeadávila y continuando en claro descenso de un kilómetro hasta el mirador, en un tramo de asfalto que resulta insulso, monótono, aburrido y muy pesado, sobre todo después de comer y a una hora donde por las fechas en que realizaremos el recorrido y por la hora de llegada a este punto, puede hacer calor.

Hasta hace poco, el mirador del Fraile era un mirador a modo de  de balcón que se adentraba unos metros en un saliente de la pared del cañón para gozar de unas buenas vistas tanto de él como de la presa de Aldeadávila que queda abajo, en unas vistas de vértigo. Actualmente el mirador ha sido reformado y han construido una plataforma que se adentra varios metros hacia el interior del cañón, suspendida en el vacío.

Vistas de la presa del «Salto de Aldeadávila» desde el antiguo  mirador del Fraile.

En este vídeo podéis ver como ha quedado ahora el mirador del Fraile, con la nueva plataforma que han colocado:

Tras disfrutar de las vistas desde este úlitmo mirador, toca lo peor, sobre todo al reiniciar la marcha, porque hay que deshacer el camino andado y eso conlleva un primer kilómetro en subida por asfalto hasta llegar al camino-pista junto al área recreativa. Desde aquí, seguir la senda que habíamos traído (porque la visita al mirador del Fraile es un desvío lineal de ida y vuelta), en dirección de nuevo al mirador del Picón de Felipe, pero a medio camino aproximadamente, cogemos un atajo a la derecha, tras pasar una pequeña cancela en medio de una pared de piedra, subiendo por una estrecha senda, muy desdibujada por la vegetación, así que en este punto es conveninete tirar de GPS, pasando junto una antigua pared de piedra que nos queda a la izquierda, hasta que por fin salimos a un camino amplio y recto que todo recto nos conducirá a Aldeadávila.

Conforme avanzamos por el camino, vamos dejando a nuestra espalda el cañon del Duero, la zona boscosa y por último el matorral de monte bajo, para adentramos en la penillanura completamente desarbolada, con el camino que se va ensanchando hasta convertirse en una pista ancha, insulsa y aburrida, en donde solo se trata de andar por andar y llegar cuanto antes a Aldeádavila para tomar una merecida cerveza… o lo que toque. Sin duda son estos últimos cuatro o cinco últimos kilómetros los mas aburridos de toda la ruta, así que aligeramos el paso para llegar cuanto antes.

En resumen, una recorrido que se puede dividir en tres partes: una primera de aproximación al cañón, desde Aldeadávila y hasta llegar al mirador del Lastrón o al de Rupitín, de unos cuatro kilómetros por la penillanura, que ni fú ni fá, sin mucha chicha, pasando al principio por algunos huertos, campos de labor, algunos terrenos de olivares o de almendros, para después seguir por zona más pelada hasta que nos vamos aproximando al cañón donde ya comenzamos a ver algo más de vegetación y arboleda; una segunda parte, de unos 9 km aproximadamente, entre el mirador del Lastrón (pero sobre todo desde el mirador de Rupitín) y hasta llegar al área recreativa del Llano de la Bodega, que son sin lugar a dudas lo mejor y con mucha diferencia de la ruta, con un recorrido al principio que baja hacia el cañón del Duero, con magníficas vistas, sigue por sendas entre zonas boscosas y muy frondosas, continuando por la zona alta del cañón, paralelo a éste, también con unas panorámicas estupendas, pasando por auténticas construcciones vernáculas,  reflejo de la vida en otros tiempos y como guinda, la visita a algunos de los miradores de esta zona; por último, la tercera parte, para cerrar el recorrido circular, dejando a nuestras espaldas el Duero para seguir hacia Aldeadávila por un recorrido por pista, de unos cinco kilómetros finales, algo más insulsos y aburridos, pero que son necesarios realizar si se quiere hacer la ruta circular.

¡¡PODÉIS VER TODAS LAS FOTOS QUE APARECEN EN ESTE ARTÍCULO  A MÁS RESOLUCIÓN Y DETALLE EN ESTE ENLACE!!.

El track de este enlace sin el desvío al mirador del Lastrón lo podéis consular AQUÍ.

Publicado en Ficha Técnica, Senderismo.

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